Verdad y Misterio del Reloj Divino

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Jesucristo es la Verdad. En un mundo donde el relativismo imperante establece como norma absoluta que no hay verdades absolutas, hoy es necesario recordarle al hombre que Jesucristo vino a dar testimonio de la Verdad.

 

Jesucristo es la Verdad

Fueron claras las palabras que Jesucristo pronunció ante el Procurador Romano: “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la Verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37). Asimismo, Jesucristo deja en claro quién es Él y dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Por tanto, todo cuanto ha dicho Jesucristo es la Verdad, y sólo lo escucharán aquellos que quieren conocer la Verdad.

Jesucristo es el Hijo de Dios vivo; el Unigénito del Padre; el Amén del Padre. Por eso dice Jesús: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9). De tal forma, que toda la Verdad revelada por Dios, toda sentencia, todo conocimiento, toda sabiduría, todo misterio, todo juicio, toda ley, le ha sido concedida a Jesucristo por parte del Padre. Él es el instrumento, el camino, el mejor receptáculo de transmisión de la Voluntad y Querer del Padre Eterno. Esto es importante dejarlo en claro con toda su firmeza y autoridad.

Todos los misterios están contenidos, de una u otra forma, en la Persona y Palabra de Jesucristo. Asimismo, toda la Verdad Absoluta está contenida, de una u otra manera, a lo largo y a lo ancho de la Sagrada Escritura. Y decimos de una forma o de otra para establecer que no todas las verdades están al alcance de la mayoría de los hombres, o en su caso, han sido reveladas por Dios pero no todas han sido explicitadas, incluso, aún no han sido comprendidas del todo.

Se corre el velo del Misterio de Dios

Esta revelación máxima de sabiduría alcanzará su plenitud precisamente al desvelarse el Misterio de Dios, cuando se culmine plenamente en la tierra el Reino de Cristo, que ya está a las puertas. Por eso, muchos misterios que hasta ahora eran de difícil comprensión e interpretación, empiezan ahora a aclararse en la medida en que nos acercamos a su cumplimiento. Por eso Daniel dice que al Final de los Tiempos “ningún impío comprenderá nada, pero los doctos comprenderán” (12, 10).

Ahora bien, ¿por qué un sinnúmero de culturas, filosofías y pensamientos, tanto de grandes civilizaciones como de pueblos indígenas de gran antigüedad revelan y contienen una diversidad de acontecimientos que de alguna forma participan, aunque en forma desfigurada, de la Verdad contenida en la Sagrada Escritura? Y de igual manera, ¿por qué en el mundo llamado esotérico encontramos una serie de anuncios que hacen referencia a un cambio en la vida del hombre, a una purificación de la tierra y a un proceso de evolución y desarrollo de un nuevo ser? La razón se encuentra en que estas civilizaciones, pueblos, religiosidades, etc. recibieron la información de una misma fuente, pero pasaron por un proceso distorsionado, pues se alejaron en mayor o menor medida de la Verdad de Dios.

Sintonía con la Frecuencia de Dios

Dicho en otras palabras y para una mayor comprensión: pudiéramos decir coloquialmente que Dios Padre es como un radio transmisor que está enviando señales, que juntas conforman la Verdad; la mejor frecuencia de esa transmisión es Jesucristo, pues es el Hijo Único del Padre. Pero hay otras frecuencias que no están en perfecta sintonía, pues reciben con mucha interferencia la Verdad, con el agregado además de que Satanás, ser angélico que recibió antes de su caída la revelación de muchos misterios, también se suma a la transmisión del mensaje.

Así entonces, muchas fuentes “proféticas” hoy en día tienen esta mezcla de información distorsionada, confusa y fuera de contexto, que es necesario discernir so pena de caer en una gran confusión.

Una verdad absoluta es que Dios es el único dueño del tiempo puesto que Él es el “Alfa y el Omega”, el “Primero y el Último” (Apoc 1,11).  Y contra lo opinión generalizada dentro de la fe católica de que no hay manera de saber la llegada de los tiempos, la realidad es que la misma Sagrada Escritura “revela” las claves del “reloj divino” para su cumplimiento, tanto del kairos –tiempo aproximado– como del cronos, tiempo exacto.

Juan y Daniel

En efecto, son dos los profetas que tienen, por decirlo así, las “llaves del tiempo”: Daniel y Juan. Daniel tiene tres profecías del tiempo: “los tres tiempos y medio” (7, 25); la profecía de las “dos mil trescientas tardes y mañanas” (7, 13 – 14) y las “setenta semanas” (9, 24 – 27). Pero a Daniel, el Señor le dice claramente: “Guarda en secreto estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del Fin” (12, 4).

Por su parte, Jesucristo le dice a Juan: “No selles las palabras proféticas de este libro, porque el tiempo está cerca” (22, 10) y en otro capítulo muy importante (10), y que pasa desapercibido para la gran mayoría, Juan tiene una visión de un Ángel poderoso, que juró por Aquél que vive por los siglos de los siglos… y gritó: “Ya no habrá más dilación (…) pues se va a consumar el Misterio de Dios, según lo había anunciado como buena nueva a sus siervos los profetas” (10, 6 – 7) y tú, “tienes que profetizar de nuevo, contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes” (10, 11). ¡Todo lo anterior para quien tenga sabiduría!

Por tanto, es un grave error subestimar a Dios en cuanto a fechas y tiempos se refiere. Dios, estando en la eternidad donde no hay tiempo –el no tiempo– es, sin embargo, dueño del tiempo, del pasado y presente. Todo lo tiene pesado y medido.

“¿Quién ha medido el océano con la palma de la mano o calculado con los dedos la extensión del cielo? ¿Quién ha puesto en una medida todo el polvo de la tierra, o ha pesado en una balanza las colinas y montañas?” (Is 40, 12).

El Fin está Fijado

Por tanto, desde el principio Dios tiene determinada cada hora, minuto y segundo de cada acontecimiento de la historia. Cuando se suele decir que “Dios concedió un tiempo adicional para tal o cual evento”, o “que por las oraciones de los fieles se ha pospuesto un suceso”, o “que Dios le ha dado una nueva oportunidad” o “que no era su tiempo”, etcétera, aún en estas eventualidades que alejan o acercan acontecimientos en el mundo, según las oraciones de los fieles, Dios lo ha previsto todo desde siempre. Entonces, con mayor razón los tiempos finales han sido determinados.

“Mira voy a manifestarte lo que ocurrirá al fin de la ira, porque el fin está fijado” (Dn 8, 19).

Más aún, también el cosmos y su movimiento completo le pertenecen a Dios.

Los cielos pregonan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. El día al día comunica el mensaje y la noche a la noche transmite la noticia. No es un mensaje, no hay palabras, ni su voz se puede oír; su pregón sale por toda la tierra y sus palabras llegan hasta los confines del orbe” (Sal 19, 2 – 7).

Y también “Él cuenta el número de las estrellas y llama a cada una por su nombre” (Sal 47, 2).

Nada queda pues fuera de Su Omnisciencia y Sabiduría. Todo le da gloria absoluta: “Bendecid al Señor, sol y luna: estrellas del cielo, bendecid al Señor” (Dn 3, 57 y ss.).

Y el libro del Génesis lo certifica:

“Dijo Dios: haya en el firmamento de los cielos luceros para separar el día de la noche, y servir de señales a estaciones, días y años; y luzcan en el firmamento de los cielos para alumbrar la tierra. Y así fue, hizo Dios los 2 grandes luceros, el primero para presidir el día y el menor para presidir la noche y las estrellas” (1, 14 – 16).

Toda la escritura revela pues tiempos y fechas, pero es para quien tenga sabiduría. Cada cifra, cada número, cada matemática dada por Dios a través de los profetas en el Antiguo Testamento, o mencionado por Jesucristo en el Nuevo Testamento, tiene una razón específica que marca un tiempo o un propósito más profundo. Más aún, el arcano de Dios es el número 7, pues es el símbolo de lo perfecto. Toda su creación se sustenta en el 7, de ahí que haya creado al mundo en 7 días o 7 tiempos. Toda la historia está perfectamente dividida en “7 grandes días”; y a su vez, el día del hombre, el sexto, ha sido dividido en “7 días”, comenzando en el domingo –primer día de la semana y terminando el día sábado, 7mo día de la semana del hombre– y basado en la historia y la matemática se concluye con certeza matemática divina que hemos llegado al final de los tiempos.[1]

Lo que no se puede “medir” es el Tiempo de Dios, pero el del hombre sí, y ese es el que ya está a punto de sufrir un proceso de purificación por virtud de la apostasía.[2]

Aunque Dios no ha querido recorrer mucho el velo de los tiempos con el propósito de que siempre estemos preparados “porque no sabéis el día ni la hora” (Mt 25, 13), al mismo tiempo nos pide estar atentos a escudriñar las señales de los tiempos (Lc 12, 54-56). Esa es la diferencia entre el cronos –el tiempo exacto– y el kairos –el tiempo aproximado, los momentos cercanos. El primero le compete a Dios, el segundo a nosotros.

Bajo esta tesis, el Diablo también ha sabido escudriñar los tiempos y sabe que su “victoria” está cerca (aunque él cree por su soberbia ceguera que será absoluta y para siempre), y la anuncia por diferentes medios y formas. Como todo, hay en esta acción del ángel caído parte de verdad y parte de mentira.

Es Dios y sólo Dios dueño del tiempo, tanto del macrocosmos como de todo cuanto existe en la tierra, particularmente la vida y destino del hombre. Y en el proceso del tiempo, Dios siempre ha respetado la libertad humana.

Toda la sabiduría del cronos Divino en relación con la vida del hombre en la Tierra está revelada en la Escritura. En algún momento dicha sabiduría quedará abiertamente manifestada a los hombres.

Pero el Diablo ha pretendido adueñarse de “los tiempos de Dios” para con el hombre, y en medio de distorsiones y sombras ha transmitido también “sus tiempos”, que no son otros sino los que el Padre Eterno ha determinado para él, y que se conocen como “la hora del poder de las tinieblas”. Para Jesucristo “la hora del poder de las tinieblas” comenzó con la traición de Judas y su prendimiento en el huerto de los olivos.

Y de la misma manera, el mundo y la Iglesia tendrán su “hora del poder de las tinieblas”, y sin duda, ya está muy cercana.

 

Todos los artículos de este sitio pueden ser reproducidos, siempre y cuando se cite al autor, Luis Eduardo López Padilla, y la página donde fue originalmente  publicado, www.apocalipsismariano.com


[1] Los Últimos Tiempos de los que nos hablan muchas veces las Sagradas Escrituras, comienzan propiamente a partir de la Ascensión de Cristo a los cielos y se van a caracterizar por su falta de fe. Al final de los mismos tendrá lugar la aparición del último y personal Anticristo, así como el Juicio de Naciones, es decir, un juicio o purificación sobre el mundo, el cual anuncian con frecuencia tanto los profetas como el mismo Jesucristo, por vivir los hombres alejados de Dios y a espaldas del Evangelio. De este Juicio de Naciones o castigo saldrá un mundo purificado y renovado desde sus mismas entrañas y al que habrá de seguir una época de paz admirable y de santidad en la que Cristo reinará “de un confín a otro de la tierra”, y en la que “todos sus enemigos caerán a sus pies y le darán vasallaje”, teniendo entonces la Iglesia un triunfo glorioso en un nuevo Pentecostés. Por tanto, no se deben confundir el Juicio de Naciones que tendrá lugar al Fin de los Tiempos, con el Juicio Final que tendrá lugar al fin del mundo. En el primero, el mundo saldrá purificado; en el segundo, habrá de tener lugar el fin de la historia de la humanidad. Entonces, estos tiempos de ahora, en cuya vigencia aún estamos, pero cuyo final ya presentimos, están a punto de terminar. Es decir, estamos por llegar al Fin de los Últimos Tiempos. Insistimos, no debe confundirse el Fin de los Últimos Tiempos, o dicho simplemente, Fin de los Tiempos con el fin del mundo. Cuando llegue el Fin de los Tiempos de las Naciones o de los Gentiles, es natural que se les pida cuenta a estas –Juicio de las Naciones– sobre los muchos días que tuvieron para entrar a la salvación de Dios, para convertirse. Cuando llegue el otro fin, el último, el fin del tiempo, en el Juicio Final de la humanidad, la cuenta será pedida precisamente a toda la humanidad, a todos y a cada uno.

[2] Una de las principales características de los Últimos Tiempos será la falta de fe, el enfriamiento de la caridad, el crecer de la maldad en general, tal y como se constata con todo lo que sucede en el mundo hoy en día.