Cristo Rey

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En el año de 1925, accediendo a una solicitud firmada por más de 800 obispos, el Papa Pío XI instituyó para toda la Iglesia la festividad de Cristo Rey, fijada para el último domingo del mes de octubre. Esta nueva invocación de Cristo, nueva y sin embargo tan antigua como la Iglesia, tuvo muy pronto sus mártires, y México tuvo el honor de ser la primera nación que proclamó a Cristo Rey, no sólo litúrgicamente sino en plenitud, uniendo su sangre a la de Él, ya que esta nación de México fue creada por Dios para María de Guadalupe, y ella la quiere para Cristo, y así se cumplirá la promesa de la esperanza cifrada en este continente. Efectivamente, la persecución que la masonería desató en México con la ayuda de un imperialismo extranjero, derramó la sangre de muchos mártires, sacerdotes, soldados, laicos jóvenes de acción católica y aún mujeres que murieron al grito que retumbaba día a día en el cielo de ―¡VIVA CRISTO REY!.

A partir de entonces la Iglesia enarbola la siguiente verdad de fe: Cristo es Rey, y lo es por tres títulos, cada uno de ellos de sobra suficiente para conferirle un verdadero poder sobre los hombres. Es Rey por título de Nacimiento, por ser el Hijo verdadero de Dios omnipotente, Creador de todas las cosas; es Rey por título de Mérito, por ser el hombre más excelente que ha existido y existirá sobre la faz de la tierra, y es Rey por título de Conquista, por haber salvado con su doctrina y con su sangre a la humanidad de la esclavitud del pecado y del infierno. Y muchos dirán: eso está muy bien pero eso es un simple ideal y no una realidad. Eso se cumplirá en la otra vida o en un tiempo muy lejano a nosotros, pero hoy en día... los que abundan no son los mansos ni humildes de corazón, como Cristo, sino los violentos; los que mandan no son los pobres, sino los que tienen dinero y poder; los que mandan no son los católicos, sino los masones. Mas aún, muchos hoy en día no hacen caso al Papa, no lo obedecen, incluyendo a no pocos obispos y a no pocos cardenales, ¿Concuerda todo esto acaso con algún reinado de Cristo?

La respuesta a esta duda está en lo que Cristo le dijo a Pilatos, cuando le preguntó dos veces si realmente se tenía por Rey. "Mi reino no es de este mundo". No es como los reinos temporales, que se ganan y sustentan con la mentira y la violencia; en todo caso aún cuando sean legítimos y rectos tienen fines temporales y están limitados por la inevitable imperfección humana. Él es Rey de verdad, de paz y de amor, por tanto su reino procede de la gracia y reina invisiblemente en los corazones, y eso tiene más duración que los imperios. Su reino no surge de aquí abajo, sino que baja de allá arriba; pero eso no quiere decir que sea una mera alegoría o un reino invisible de espíritus. Dice que no es de aquí, pero no que no deba estar aquí. Dice que no es carnal, pero no dice que no sea real; dice que es reino de almas, pero no quiere decir reino de fantasmas, sino reino de hombres, y muy santos por cierto. No es indiferente aceptarlo o no, y es sumamente peligroso rebelarse contra Él y más en estos Últimos Tiempos, como lo han hecho tantas naciones, tantos gobiernos, tantos emperadores y reyes. La corona de Cristo es más fuerte que la de los reyes de este mundo, porque es una corona de espinas. La púrpura real de Cristo no se destiñe, está bañada en sangre viva. Y la caña que le pusieron por burla en las manos, se convierte de tiempo en tiempo, cuando el mundo cree que puede volver a burlarse de Cristo, en un barrote de hierro: ―Los regirás con vara de hierro y como vaso de alfarero los romperás"(Salmo 2). Los cuatro evangelistas ponen la pregunta de Pilatos y la respuesta afirmativa de Cristo. "¿Tú eres el Rey de los judíos?" "Tú lo has dicho, Yo lo soy." ¿Qué clases de Rey será éste, sin ejércitos, sin palacios, atado de manos, impotente y humillado?, debe de haber pensado Pilatos. San Juan en su capítulo 18, pone el diálogo completo con Pilatos, que responde a esta pregunta: Entró en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: "¿Tú eres el Rey de los judíos?"

Respondió Jesús: "¿Eso lo preguntas por ti mismo o te lo han dicho otros?" Respondió Pilatos: "¿Acaso yo soy judío?, tu gente y los pontífices te han entregado a mí ¿qué has hecho?" Respondió Jesús, ya satisfecho acerca del sentido de la pregunta del gobernador romano, al cual maliciosamente los judíos le habían hecho temer que Jesús era uno de tantos intrigantes, ambiciosos de poder político: "Mi reino no es de este mundo. Si de este mundo fuera Yo tendría ejércitos y mis guardias lucharían por mí para que no cayera en manos de mis enemigos. Mas ahora Mi reino no es de aquí." Es decir, su reino tiene su principio en el cielo, es un reino espiritual que no viene a derrocar al César, como Pilatos teme, ni a pelear con la fuerza de las armas contra los reinos vecinos, como desean los judíos. El no dice que este reino suyo, que han predicho los profetas, no vaya a estar en el mundo; no dice que sea un puro reino invisible de espíritus, es un reino de hombres; Él dice que no proviene de este mundo, porque su principio y su fin está más arriba y más abajo de las cosas inventadas por el hombre. Ese es su reino... Esa clase de reinos espirituales no los entendía Pilatos, ni tampoco le preocupaban demasiado. Sin embargo, preguntó de nuevo, quizá irónicamente, "Entonces, ¿Con que tú eres Rey?" Respondió Jesús tranquilamente: "Sí, lo soy - y añadió mirándolo después cara a cara - Yo para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha Mi voz." Dijo Pilatos: ¿Qué es la verdad?" Y sin esperar respuesta, salió a los judíos y les dijo: "Yo no veo culpa en este hombre." Pero ellos gritaron. "Todo el que se hace Rey es enemigo del César, si lo sueltas a éste vas en contra del César."

He aquí solemnemente afirmada por Cristo su reyecía, al fin de su predicación, delante de un tribunal, a riesgo y a costa de su vida; y a esto le llama El dar testimonio de la verdad, y afirma que su vida no tiene otro objeto que éste. Y le costó la vida, y se salieron con la suya los que dijeron: "No queremos a éste por Rey, no tenemos mas Rey que el César." ; pero en lo alto de la cruz donde murió este Rey rechazado, había un letrero en tres lenguas, hebrea, griega y latina que decía: "Jesús Nazareno Rey de los judíos."; y hoy día, en todas las iglesias del mundo católico y en todas las lenguas conocidas, a casi dos mil años de distancia de aquella afirmación formidable: "Yo soy Rey," millones y millones de seres humanos proclaman junto con nosotros su fe en el Reino de Cristo y la obediencia de sus corazones a su Corazón Divino. Por encima del clamor de la batalla en que se destrozan los humanos, en medio de la confusión y de las nubes de mentira y engaño en que vivimos, oprimidos los corazones por las tribulaciones del mundo y las tribulaciones propias de la Iglesia Católica, el Reino de Cristo está de pie para dar, como su Divino Maestro, testimonio de la Verdad y para defender esa Verdad por encima de todo. En momentos en que el poder de las tinieblas asecha en contra del Reino de la Luz, por encima del tumulto y la polvareda, con los ojos fijos en la cruz, firme en su experiencia de veinte siglos, segura de su porvenir profetizado, lista para soportar la prueba, La Gran Tribulación, y la lucha en la esperanza cierta del triunfo, la Iglesia, con su sola presencia y con su silencio mismo, está diciendo a todos los Caifás, Herodes y Pilatos del mundo moderno que aquella palabra de su Divino Fundador no ha sido vana. El mundo moderno, pues, reniega la reyecía de su Rey eterno y Señor universal, y no solamente ello, sino que le imputa a Dios todos los desordenes, todas las guerras y todos los fracasos de la vida de hoy, de la vida en esta tierra. El pobre miope no ve que Cristo está pronto a volver, pero está volviendo como Rey: "Y vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba era llamado Fiel, el Verdadero, el que con justicia juzga y hace la guerra. Sus ojos, como llamas de fuego; sobre su cabeza lleva muchas diademas, y tiene un nombre escrito que nadie conoce sino Él. Iba envuelto en un manto salpicado de sangre y es llamado por nombre el Verbo de Dios..." (Apoc XIX, 11-13).

O qué hemos pensado? ¿Qué Jesucristo es una reina de fiestas florales? Y esta es la respuesta a los que hoy en día se escandalizan de la impotencia del Cristianismo y de la gran desolación espiritual y material que reina en la tierra. Creen que la guerra actual es una gran desobediencia a Cristo, y en consecuencia dudan de que Cristo sea realmente Rey, como dudó Pilatos, viéndole atado e impotente. Pero la guerra actual y la incertidumbre de hoy no es una gran desobediencia a Cristo: es la consecuencia a una gran desobediencia, es el castigo de una gran desobediencia y - consolémonos - es la preparación de una gran obediencia y de una gran restauración del reino de Cristo. "Porque se me subleven una parte de mis súbditos, yo no dejo de ser Rey mientras conserve el poder de castigarlos", dice Cristo. En la última parábola que Lucas cuenta, antes de la pasión, está preanunciado precisamente esto que acabamos de decir: "Semejante es el reino de los cielos a un rey que fue a hacerse cargo de un reino que le tocaba por herencia. Y algunos de sus vasallos le mandaron embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. Y cuando se hizo cargo del reino, mandó que le trajeran a aquellos sublevados y le dieran muerte en su presencia." (XIX, 27). Eso contó nuestro Señor Jesucristo hablando de sí mismo, y cuando lo contó, no se parecía a esos cristos melosos, de melena rubia, de sonrisita triste y de ojos acaramelados que algunos pintan en posters que se venden como pan caliente. Ciertamente Él es un Rey de paz, un Rey de amor, de verdad, de mansedumbre, de dulzura para los que le quieren, pero es un Rey verdadero para todos aunque no le quieran y ¡tanto peor para el que no le quiera y no le obedezca! Los hombres y los pueblos pueden rechazar la llamada amorosa del corazón de Cristo y escupir contra el cielo; pero no pueden cambiar la naturaleza de las cosas. El hombre es un ser dependiente, y si no depende de quien debe, acabará por depender de quien no debe; si no quiere tener por dueño a Cristo, tendrá por dueño al demonio. "No podéis servir a Dios y a las riquezas" dijo Cristo, y el mundo moderno es el ejemplo lamentable: no quiere reconocer a Dios como dueño y ha caído bajo el demonio de las riquezas.