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Nada manchado entrará al Cielo

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La vida verdadera comienza de ordinario con la muerte. Para quienes no creen o desecharon la gracia que los salvaría en la persona de Jesucristo y vivieron conforme a sus apegos al mundo, a la fama, a la gloria, al dinero, a las vanidades, a su egoísmo o a su yo, en el día de su muerte se llevarán la gran sorpresa de su vida y entrarán por la puerta ancha que conduce a la condenación eterna, donde será el “llanto y desesperación” en el más grande sufrimiento, y esto es literal, pues fue anunciado por Aquél que es Dios y que no puede engañarnos ni engañarse.  

 

Por el contrario, para aquellos que fueron fieles a las enseñanzas de Jesucristo y las pusieron por obra, se harán realidad sus promesas, y serán merecedores del mundo sobrenatural con Dios, donde “ni ojo vio, ni oído oyó, ni puede por mente alguna pasar de todo aquello que tiene Dios preparado para aquellos que le quieren y le aman” (I Cor. 2,9).

 

Pero nada que esté manchado puede entrar al cielo. Por eso es necesario purificar en esta vida o en la otra todo lo que exige la justicia divina. Mucho mejor es reparar y purificar en esta tierra, de lo contrario habrá que pasar por el purgatorio, donde sólo el alma y entendimiento tendrán que ¨lidiar” con la responsabilidad que recaía inicial y mayormente en el cuerpo, pero que ya no puede asumir pues está aniquilado – enterrado o quemado – hasta el día de la resurrección.

Y ¿cuál es la enseñanza de la Iglesia respecto al purgatorio? Desde sus orígenes, la Iglesia, mediante sus oraciones y sufragios por los difuntos, manifiesta claramente su fe en el purgatorio. En su momento, definirá esta doctrina del purgatorio en el segundo Concilio de Lyón de 1274, en el Concilio de Florencia de 1438 y en el Concilio de Trento en 1563. Esta doctrina esencialmente se reduce a lo siguiente:

  1. En el purgatorio las almas de los justos pagan su deuda a la Justicia divina, sufriendo las penas purificatorias. Digamos que la purificación del purgatorio no está fijada por la culpa, sino por la pena. Es decir, el perdón de Dios que se otorga al alma arrepentida en el momento de la confesión sacramental borra la falta o la culpa, no así la pena, que es el medio que tiene el hombre para reparar el desorden que se haya ocasionado por los pecados. Aquí en la tierra, el alma sufre la pena bajo la forma de una penitencia voluntaria y meritoria. En el otro mundo la penitencia se expía mediante una purificación obligatoria y no meritoria.
  2. Según la Doctrina de la Iglesia hay dos clases de purgatorio, la principal es la privación temporal de la visión de Dios, que va acompañada de un gran sufrimiento. La hora de la unión ha llegado; el alma arde en deseos de ver a Dios, pero no puede alcanzarle porque no ha expiado suficientemente sus pecados antes de la muerte. La expiación debe terminar, pues, en el purgatorio y se reviste de una forma de sufrimiento que aquí en la tierra no se puede imaginar. En el purgatorio hay otras penas llamadas penas de los sentidos en las que, de acuerdo al apego desordenado del alma a las criaturas, o lo que es lo mismo, de acuerdo a la gravedad y número de sus pecados, tendrá que purificarlos por medio del fuego.
  3. Las penas del purgatorio no son las mismas para todas las almas. Varían en duración e intensidad según la culpabilidad de cada uno. Y las almas reciben serenamente los sufrimientos expiatorios que Dios les impone. Las almas no buscan más que la Gloria de Dios y desean contemplar ardientemente a Aquél, que es, desde ahora, toda su esperanza. En el purgatorio hay una paz y una alegría cierta pues se tiene certidumbre de la salvación, y ven su pena únicamente como un medio de glorificar la Santidad de Dios y llegar a la visión gloriosa. Los sufrimientos del purgatorio ya no son meritorios, ya no aumenta la caridad en el alma que los padece. (Los sufrimientos de la tierra, en cambio, son meritorios para acrecentar la santidad de las almas).
  4. La Iglesia militante puede ayudar con sus sufragios a la Iglesia purgante. Esto es lo que se conoce como la Comunión de los Santos. Las almas del purgatorio, incapaces de procurarse a sí mismas el menor alivio, pueden así aprovechar las obras satisfactorias que los vivos realizan en su favor con la intención de pagar sus deudas. Esas obras satisfactorias tienen valor de expiación por las penas de las ánimas del purgatorio, y es Dios quien regula, según su Sabiduría, la aplicación de los sufragios por los difuntos. [1]

La Santa Misa es el socorro, el medio más eficaz que la Iglesia de la tierra puede proporcionar al alma que se purifica. También las limosnas, oraciones y toda forma de sacrificio son medios extraordinarios para las almas. Finalmente, el purgatorio terminará con el Juicio final. Todas las almas destinadas a la Gloria habrán retribuido ya, de una u otra forma, a la Justicia divina.

Dos revelaciones privadas 

Ahora bien, para que el lector pueda comprender mejor de qué estamos hablando, existen dos textos dictados directamente por Jesucristo en 1943 y 1988 a dos instrumentos suyos, y que resultan especialmente reveladores sobre el tema del juicio y el purgatorio.

Dice Jesucristo:

Quiero explicarte qué es y en qué consiste el purgatorio. Y te lo voy a explicar de forma que ha de chocar a tantos que se creen depositarios del conocimiento del más allá y no lo son.

Las almas inmersas en aquellas llamas no sufren sino por el Amor. No desmerecedoras de poseer la Luz, más tampoco dignas aún de entrar inmediatamente en el Reino de la Luz, (mueren en estado de gracia, pero no han purificado totalmente su alma, pues no han pagado las penas que se acumulan en virtud de los pecados cometidos en la tierra) al presentarse ante Dios, son revestidas por dicha Luz. En una breve y anticipada bienaventuranza que les certifica su salvación, les hace ver lo que será su eternidad y lo que hicieron a su alma privándola de años o de siglos de feliz posesión de Dios.

¿Qué es lo que quiere el Dios Uno y Trino para las almas creadas por Él? El bien. El que quiere el bien para una criatura, ¿qué sentimientos abriga hacia ella? Sentimientos de Amor. ¿Cuáles son los mandamientos primero y segundo, los dos más importantes, aquellos de los que yo dije no haber otros más grandes y estar en ellos la llave para franquear la vida eterna? Es el mandamiento del Amor: Amar a Dios con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo.

¿Qué os dije infinidad de veces por mi boca, por boca de los profetas y de los santos? Que la caridad es la más grande de las absoluciones. Que la caridad cancela las culpas y las debilidades del hombre, ya que quien Ama vive en Dios y, al vivir en Dios, peca poco y si peca, al punto se arrepiente y para el que se arrepiente se haya presto el perdón del Altísimo.

¿En qué faltaron las almas? En el Amor, de haber amado mucho, hubieran cometido pocos pecados y estos leves, debidos a vuestra debilidad e imperfección.

Por eso, amando en la tierra es como trabajáis para el cielo. Amando en el purgatorio es como conquistáis el cielo que en la vida no supisteis merecer. Y amando en el paraíso es como gozáis del cielo

Este es el tormento: el alma recuerda la visión de Dios habida en el juicio particular. Si lleva consigo aquel recuerdo es porque, aún, cuando no sea más que el haber entrevisto a Dios, representa un gozo que supera toda otra cosa creada y el alma se deshace en deseos de volver a gozar de aquella dicha. Aquel recuerdo de Dios y aquella Luz que le penetró al comparecer ante Él, hacen efectivamente que el alma “vea” en su exacta dimensión las faltas cometidas contra su bien, y este “ver”, junto con el pensamiento de que con aquellas faltas se privó voluntariamente para años o para siglos de la posesión del cielo y de la unión con Dios, constituye su pena purgativa.”

El Amor y la convicción de haber ofendido al Amor es el tormento de los purgantes.” [2]

El segundo texto seleccionado, sigue también las mismas ideas, pero 45 años después:

“¡Alma, si tan sólo supieras cuántas almas sufren en este momento en el purgatorio… ellas desean ardientemente estar conmigo, pero no pueden a causa de las manchas de sus almas... líbralas con oraciones y sacrificios... líbralas con actos de Amor... líbralas compartiendo mis sufrimientos. Esas almas suspiran por Mí para estar de nuevo unidas a Mí y para siempre, pero deben primero purificarse antes de llegar a mi presencia.

“Señor, tú has dicho: “... para estar de nuevo unidas a Mí” ¿Han estado contigo algún tiempo, después de la muerte?

Yo he liberado sus almas de sus cuerpos. Yo les he mostrado mi santo Rostro sólo un instante. Y sus ojos, liberados al punto de su velo, viéndome cara a cara en mi pureza y mi luz, instantáneamente se han puesto en presencia de la Verdad. Al comprobar cuán manchadas están sus almas por el pecado, a pesar de su ardiente deseo de echarse en mis brazos abiertos y seguirme, comprenden que esto es imposible antes de limpiar su alma. Entonces, en un intenso dolor de arrepentimiento, se retiran y se preparan para ser purificadas. Esto les duele y les consume, más allá de lo que puede decirse, porque no pueden verme. Mi ausencia les consume. En el purgatorio, la causa de su mayor sufrimiento es mi ausencia. Ellas experimentan también otros sufrimientos, con fuego, según sus pecados.

Preparad vuestras almas por anticipado. Creación, no esperéis que la muerte os arroje en las sombras. Guardad vuestra alma limpia y sin tachas, alimentaos de Mi Cuerpo y bebed Mi Sangre lo más a menudo que podáis. Arrepentíos muchas veces, estad dispuestos para ese día. Ayunad. El ayuno os ayuda. Escuchad mi voz y preparad vuestras almas, como si nuestro encuentro debiera ocurrir hoy mismo. No esperéis. Esperar es dormirse, esperar es dejar vuestras lámparas sin aceite. Estad prestos a encontrar a vuestro Salvador. Yo os amo a todos hasta la locura. Comprended que por mi misericordia insondable quiero preparaos a todos.” [3]

Que cada uno tome conciencia de esta realidad abrumadora que pesa sobre todos y que se realizará el día de nuestra muerte, que por lo demás llegará a todos, reyes, príncipes, súbditos, presidentes y parlamentarios; actores y actrices; deportistas, creyentes e incrédulos y también ateos y libres pensadores; ricos y pobres, buenos y malos. Y el Juez es uno y es Jesucristo y su sentencia es y será inapelable.  

Todos los artículos de este sitio pueden ser reproducidos, siempre y cuando se cite al autor, Luis Eduardo López Padilla, y la página donde fue originalmente publicado, www.apocalipsismariano.com

 

[1] Purgatorio. Una Revelación Particular. Rialp. Madrid, España. 1994. P. 233.

[2] María Valtorta. Cuadernos 1943. Edición Española. 1990. Dictado el 17 de octubre. P. 442. 

[3] Vassula Ryden. La Verdadera Vida en Dios. Encuentros con Jesús. Palencia, España. 1992. P. 350. Tomo II. Dictado del 19 de agosto de 1988.

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