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Santidad y Milagro de Juan Pablo II

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Fe en la presencia de Dios y espíritu misionero: estos son las claves del ejemplo de santidad que el Papa Juan Pablo II ha dejado al mundo. Así de convencido está el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, que en una entrevista concedida a L'Osservatore Romano ha comentado la beatificación del Pontífice polaco, programada para el domingo 1 de mayo.

Según el cardenal, el Papa Wojtyla ha dejado "esencialmente dos actitudes "a la Iglesia y a la sociedad actual.

"La primera es una gran fe en la presencia de Dios en la historia, porque la encarnación es seria, eficaz, vence al mal: la gracia de la presencia eucarística del Señor supera todas las barreras y los 'regímenes inhumanos', afirmó, recordando que el difunto Pontífice "vivió los regímenes nazi y comunista, y vio la implosión y la destrucción de ambos".

"La segunda actitud es su gran espíritu misionero. Los viajes del Papa eran una verdadera actividad misionera, propiamente dicha. Viajaba hasta los confines de la tierra para anunciar el Evangelio de Cristo".

El cardenal Amato comentó también que el proceso de la causa de beatificación, tuvo "dos facilidades".

La primera, observó, el hecho de que Benedicto XVI "concedió enseguida la dispensa de los cinco años de espera prescritos", por tanto la causa "inició casi inmediatamente después de la muerte de Juan Pablo II"; la segunda fue "un especie de vía preferente: teniendo la dispensa, la causa no tenía una lista de espera delante, por lo que se ha podido preceder sin el impedimento de otros procedimientos en curso".

En este contexto, la precisión "que fue máxima", se unió a "una gran dedicación y una gran profesionalidad por parte de la postulación", "de esta manera el 19 de diciembre de 2009 el Papa pudo firmar el decreto sobre las virtudes heroicas".

Después se inició el análisis del milagro – la curación de la monja francesa Marie Simon Pierre Normand que sufría la enfermedad del Parkinson-, que fue "estudiado con gran atención, diría incluso que con meticulosidad, también porque había una gran presión mediática sobre este proceso", confesó el prefecto del dicasterio vaticano.

"Los médicos, tanto los franceses como los italianos, no han apresurado los tiempos de ningún modo, han sometido todo a un profundo estudio. Hemos dejado la misma libertad a nuestra consulta médica, con el fin de que los peritos pudiesen proceder según su conciencia y su ciencia".

"La celeridad de la causa no se ha producido a expensas de la precisión del proceso, ni de la profesionalidad en el presentar al personaje- quiso subrayar-. Por lo demás, su fama de santidad estaba talmente generalizada y asentada que nuestra tarea se ha visto agilizada".

El cardenal Amato señaló que los fieles no han ejercido una "presión", sino un "acompañamiento".

"El sensum fidelium es lo que nosotros llamamos en términos técnicos, la fama de santidad y de los signos, que son indispensables para la causa". "'Santo ya', es una cosa buena pero debe ser 'santo seguro' porque la prisa no trae buenos frutos".

Para el cardenal, el hecho de que sea la primera vez que un Pontífice beatifica a su predecesor en los últimos diez siglos es un signo "de continuidad, no sólo en el magisterio, sino también en la santificación personal".

"Por lo demás, en estos últimos dos siglos hemos tenido una serie de obispos de Roma en los cuales se ha reconocido la santidad en diverso grado: Pío X, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I -reconoció-. Pontífices que se han pasado el testigo no sólo del magisterio y de la guía de la Iglesia, sino que también del ejemplo en la santificación".

Interpelado sobre un recuerdo personal de Juan Pablo II, el cardenal Amato afirmó que tenía "un gran sentido de la amistad, del respeto".

"Me eligió como secretario de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Me ordenó obispo el 6 de enero de 2003: éramos doce, los últimos en recibir del Papa Wojtyla la ordenación episcopal. Teníamos una reunión mensual, como secretario de la Doctrina de la Fe, solicitada por el entonces cardenal Ratzinger, que era mi superior directo. Y Juan Pablo II escuchaba mucho, escuchaba siempre".

"Lo que más me llamaba la atención, era esta capacidad de escucha. Nosotros hablábamos, el escuchaba. Y sólo después, cuando nos veíamos en la comida, hacía sus observaciones- concluyó el cardenal-. Era evidente su voluntad de entender a fondo".

Una curación científicamente inexplicable

La religiosa Marie Simon-Pierre ofreció esta semana una conferencia de prensa para hablar del milagro que Dios obró en ella gracias a la intercesión del Papa Juan Pablo II, testimonio que ha despertado no sólo el interés de la opinión pública sino también el de miles de fieles que ya han comenzado a solicitar devotamente al "Papa viajero" su mediación divina ante situaciones de toda índole.

El testimonio de la monja francesa, que trabaja actualmente en la maternidad de la Sainte Felicité en París, es por demás fascinante, pues le habían diagnosticado en junio de 2001 los trastornos neurológicos propios de la enfermedad de Parkinson (enfermedad que también padeció Juan Pablo II), que le afectaban toda la parte derecha del cuerpo, provocándole serias dificultades. Con los años, se fueron agravando los síntomas: los temblores, la rigidez, los dolores y el insomnio.

Asegura que siempre sintió en la oración una cercanía muy especial con el Papa Juan Pablo II, pues sabía que él podía entender lo que vivía. Admiraba su fuerza y su coraje, que la animaban a no rendirse y a amar ese sufrimiento. "Era una lucha cotidiana, pero mi único deseo era vivirla en la fe y aceptar con amor la voluntad del Padre", narra.

Era la Pascua de 2005 y deseaba ver a Juan Pablo II en televisión, porque en su interior sabía que sería la última vez que iba a poder hacerlo. Durante toda la mañana se preparó para aquel encuentro, pero un imprevisto no le permitió verlo.

La tarde del 2 de abril de 2005 se encontraba reunida toda la comunidad para participar en la vigilia de oración en la Plaza de San Pedro, transmitida en directo por la televisión francesa, cuando fue anunciada la muerte de Juan Pablo II. Fue un fuerte golpe para ella, pues sentía que había perdido al amigo que la entendía y que le daba la fuerza para seguir adelante.

Durante los siguientes días, Marie Simon-Pierre experimentó la sensación de un gran vacío, pero sentía la presencia viva del Santo Padre. El 13 de mayo, fiesta de la Virgen de Fátima, el Papa Benedicto XVI anunció oficialmente el comienzo de la Causa de beatificación y canonización del Siervo de Dios Juan Pablo II, y a partir del 14 de mayo, las hermanas de todas las comunidades francesas y africanas de la Congregación pidieron la intercesión de Juan Pablo II para obtener la curación de la religiosa. Rezaron incansablemente hasta que por fin llegó el milagro.

Narra la religiosa que el 2 de junio de 2005, por la tarde, fue a hablar con su superiora para pedirle que la dispensara de toda actividad laboral ya que se encontraba totalmente agotada, pero ésta le pidió que resistiera todavía un poco, hasta el regreso de Lourdes, en agosto, y añadió: "Juan Pablo II no ha dicho todavía la última palabra".

Luego, la madre superiora le dio una pluma y le pidió que escribiera "Juan Pablo II". Como pudo, lo hizo, pero la caligrafía era ilegible. Tras la oración de la tarde pasó por su oficina para volver después a su habitación, y sintió el deseo de tomar una vez más la pluma, como si alguien se lo sugiriera.

Marie Simon-Pierre narra lo que sucedió entonces:

"Eran las 21:30 horas. Entonces escribí 'Juan Pablo II' con una caligrafía claramente legible, ¡sorprendente! Me tendí sobre la cama, estupefacta. Habían pasado exactamente dos meses desde el regreso de Juan Pablo II a la Casa del Padre... Me desperté a las 4:30, sorprendida de haber podido dormir. Me levanté de la cama. Mi cuerpo ya no estaba dolorido, había desaparecido la rigidez e interiormente ya no era la misma. Luego sentí una llamada interior y un fuerte impulso a caminar para ir a rezar ante el Santísimo Sacramento. Bajé a la capilla y permanecí en oración. Sentí una profunda paz y una sensación de bienestar, una experiencia demasiado grande, como un misterio, difícil de explicar con palabras. Después, siempre ante el Santísimo Sacramento, medité los misterios de la luz, de Juan Pablo II. A las 6 de la mañana salí para unirme a mis hermanas en la capilla, para un momento de oración, seguido de la celebración eucarística. Tenía que recorrer unos 50 metros y, en aquel instante, al caminar, me di cuenta de que mi brazo izquierdo se balanceaba, ya no estaba inmóvil a lo largo del cuerpo. Noté también una ligereza y una agilidad física desconocidas para mí desde hacía mucho tiempo. Durante la celebración eucarística, me sentí colmada de alegría y de paz. Era el 3 de junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Al salir de Misa, estaba segura de que estaba curada... 'Mi mano ya no tiembla. Me voy de nuevo a escribir'. A mediodía dejé de tomar las medicinas".

Actualmente, Marie Simon-Pierre ha interrumpido todo tipo de tratamiento. Ha reanudado el trabajo con normalidad, no tiene ninguna dificultad para escribir, y conduce incluso larguísimas distancias. Asegura haber nacido de nuevo.

"Hoy puedo decir que el amigo que dejó nuestra tierra está ahora muy cercano a mi corazón. Ha hecho crecer en mí el deseo de la adoración del Santísimo Sacramento y el amor por la Eucaristía, que tienen un lugar de privilegio en mi vida de cada día", asegura.

SIAME NOTICIAS. 20 ENERO 2011

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