Transcribimos el artículo intitulado Sin Amor, Todo es Nada. El Mes del Amor y la Amistad escrito por Luis Eduardo López Padilla y publicado el sábado 7 de febrero de 1987 en el periódico El Heraldo de México.
El mes de febrero se ha caracterizado en llamarse el del amor y la amistad, y qué mejor oportunidad en esta ocasión que apuntalar sobre el verdadero cimiento en el que debe constituirse lo que es en realidad el auténtico y verdadero amor, sobre todo en estos tiempos en que no existe tema más socorrido y A LA VEZ MÁS IGNORADO que el del amor.
Hoy en día, y miente el que diga lo contrario, el amor es esgrimido como el mejor de los argumentos para justificar las pasiones más bajas y degradantes, o como una bandera política que convierte en santos y justos cuantos errores se cometan en su nombre. Las telenovelas, las películas, la literatura y los espectáculos no versan más que de “amores”, que en la mayoría de los casos tienen de todo, menos de lo que en estricto rigor merece llamarse amor. Así pues, el amor se ha convertido en todo un sistema de mercadotecnia y publicidad en donde el hombre ha creado una gran cantidad de ideas falsas sobre lo que es el amor, con grave perjuicio evidente para la moral familiar y social.
Es necesario ante todo partir del hecho que el verdadero amor humano es un destello del amor de Dios y que el hombre es un ser creado para el amor, ya humano, ya divino, y cuyo corazón está hecho para amar; así, el hombre es concebido por un acto de amor, mantenido en la existencia por el amor y finalmente muere para que en un acto supremo de amor sea acogido en el seno del Amor Eterno. Es hasta la aparición del Cristianismo donde se logra llegar hasta las consecuencias últimas del amor; en efecto, el Cristianismo introduce la noción de SACRIFICIO y RENUNCIA de sí mismo como inherente al amor. Jesucristo es un ejemplo del amor perfecto al entregar su vida entera hasta la muerte y muerte de Cruz por toda la humanidad.
Sobre estas bases ciertamente que la sociedad en que vivimos está muy distante de ese amor que el hombre llega a alcanzar después de cierta maduración en la vida, maduración que se obtiene por medio de la reflexión, la experiencia y el sufrimiento. Con sobrada razón afirmaba Ortega y Gasset que “el verdadero amor se percibe mejor a sí mismo y por decirlo así, se mide y calcula en el dolor y sufrimiento de que es capaz”. De lo anterior se colige que mientras mayor sea el número de matrimonios fundados en el auténtico amor, mayor será también la estabilidad y la salud espiritual de la sociedad en cuestión.
Evidente resulta que la sociedad contemporánea no está sustentada en el número de hijos mediante planificaciones anticonceptivas, en donde se mata de un solo golpe la fecundidad del amor; cuando crece el número de divorcios se destruye y se ignora lo que es la renuncia sacrificada y gozosa por el bien del otro y de los hijos; cuando el adulterio y el amasiato se transforman en el patrón de vida, se desconoce y se viola la forma más pura de libertad y entrega entre los esposos degradando el matrimonio en escuela de egoísmo, placer y servidumbre. Y finalmente, cuando el amor sucumbe en las pasiones más bajas y desordenadas es porque se ha olvidado por completo la personalidad espiritual del hombre que está llamado a alcanzar la posesión del amor infinito. ¡Qué lejos de amar y qué errados están los hombres del siglo XX!
El amor, el auténtico y verdadero amor, ¡se consigue a base de dura disciplina, a fuerza de renuncias y de purificaciones!, cobrando verdadero sentido el sacrificio del sujeto que ama, dispuesto a perdonarle todo al otro, en una palabra, un ser que está consagrado en cuerpo y alma al bien y a la salvación eterna del otro. El sacrificio y la renuncia es la condición “sine qua non” para alcanzar la cima del amor, puesto que el principal obstáculo del amor es el orgullo humano, la soberbia que siempre encuentra rendijas por donde esconderse pues es el primero y principal defecto del hombre.
En conclusión, para tener una concepción genuina y única de lo que es el amor, es preciso no perder de vista que el hombre es ante todo un ser trascendente. El amor humano es esencialmente participación del Amor Eterno, y por lo tanto no es un fin en sí mismo sino un medio para alcanzar la verdadera felicidad perfecta que no es posible poseerla en esta vida sino en la otra. Por eso la sentencia es clara: “AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS COMO YO OS HE AMADO”. Todo lo que haga el hombre, si no es hecho por amor no tiene valor alguno, por eso Santa Teresa decía ¡sin amor, todo es nada!
Ojalá estimado lector, que estas ideas sean reflexionadas en este mes de febrero que se ha querido llamar el mes del amor y la amistad.
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