La lucha de la Iglesia y del Evangelio de Cristo en contra de las fuerzas del mal se ha dado desde sus orígenes y se plasma en la parábola del trigo y la cizaña, pero ahora hemos llegado al final de esta batalla que realmente muy pocos perciben en el mundo actual, que los hace incapaces de discernir los signos de los tiempos y entender lo que está pasando en el mundo de hoy en sus más profundas causas ontológicas, “porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni tampoco entienden".
En efecto, en ellos se cumple la profecía de Isaías, que dice:
“Ustedes oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar y no verán. Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible, han cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos y no oír con los oídos, ni comprender con el corazón” (Mt. 13, 10-17).
En esta guerra no escapa nadie. Todos los hombres estamos envueltos e inmersos y aunque los actores principales tienen un origen preternatural, seres invisibles que como demonios despliegan todo su poder angélico y astucia, son los hombres los que día a día libramos las victorias y derrotas. Así vemos varios frentes:
La batalla entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte.
Los que apoyan principalmente las prácticas del aborto argumentando razones sin razón para cercenar desde el seno materno la sacrosanta vida que Dios ha infundido por su poder Creador desde el momento de la concepción. Este es uno de los delitos y pecados que más claman al cielo, pues la sangre derramada –muchos lo desconocen– es ofrendada al mismo Satanás. Se han recrudecido todas las manifestaciones anti-vida y lo peor está por venir. En esta lucha contra la cultura de la vida se encuentran las expresiones egoístas del hombre que degenera en toda clase de asesinatos, luchas fratricidas, terrorismo de diversa índole, guerras y todo aquello que lleva sin derecho alguno a arrancar la vida del prójimo de la que sólo Dios es dueño.
La batalla entre los derechos de Dios y los derechos de los hombres
Este es el resultado de un alarde de afrenta de los hombres contra el Creador en que se violan los preceptos de la Ley Eterna y la Ley Divino-Natural en pos de actos contra natura, como son la homosexualidad, el lesbianismo, el “matrimonio” entre personas de un mismo sexo y la adopción de menores por éstos.
La batalla entre la verdad y la mentira
Se promueven a través de los diversos medios de comunicación, oral y escrita, falsas filosofías y nuevas creencias, medias verdades, pensamientos esotéricos y ocultos que injurian a la Verdad anunciada por Jesucristo, a Su Persona, a Su Doctrina, a la fundación de Su Única y Verdadera Iglesia, a la Santísima Virgen, a la figura del Papa y su potestad como el Vice-Cristo en la tierra, y más.
La batalla entre la moral y la inmoralidad
La promoción descarada de anti-valores familiares, la ley del divorcio, de anticonceptivos, relaciones pre y extra-matrimoniales; la aceptación y regulación de las relaciones homosexuales y lésbicas, “igualándolas” al sacramento del matrimonio de parte de estas relaciones antinaturales, que han llevado a socavar los cimientos de la familia cristiana.
La batalla entre la libertad y la esclavitud
El estado niega la trascendente dignidad del ser humano como hijo de Dios, y viola sus derechos de libertad, de amar al único Dios verdadero, de profesar la religión y la Iglesia fundada por Cristo; en definitiva de lograr conquistar el bien común de la sociedad para que pueda perfeccionarse humana y espiritualmente.
La batalla de la luz vs las tinieblas
Pero lo más tenebroso de esta batalla es lo que se ha dado al interior de la Iglesia, la que han propiciado aquellos que debieran ser luz, ser ejemplo de vida, guías para los demás pero que se han convertido en aliados del demonio, por su amor al dinero, a los honores, a los placeres, al mundo de lo obscuro y a la búsqueda de reconocimiento personal, que ha llevado a sangrar internamente a la misma Iglesia de Cristo. Es así como se explican las palabras que dijera el Cardenal Ratzinger en el rezo del Vía Crucis en Roma, en el año 2005, poco antes de ser nombrado Papa:
“En esta hora de la historia, vivimos en la obscuridad de Dios”.
Son tonos obscuros y dramáticos en sus reflexiones sobre la realidad; una vez más, la sugestiva imagen de los males que afligen a la Iglesia:
“Señor, a menudo tu Iglesia nos parece una barca que está a punto de hundirse, en la que entra agua por todas partes”.
La barca tiene necesidad de un timonel vigoroso que le haga superar la tormenta. La reflexión insiste:
“Vemos más cizaña que trigo. La vestidura y el rostro tan sucios de tu Iglesia nos preocupan. Pero somos nosotros mismos quienes la manchamos. Somos nosotros los que cada vez traicionamos”
Esta es la realidad trágica que nos revela el Misterio de la Iniquidad o del mal del que hablaba el Apóstol Pablo. Quizá sea esta terrible crisis que incluye a la Iglesia, la que explicaría por qué a su misma Madre, a María Santísima, Madre de la Iglesia, se le ha llegado a censurar, a callar, e incluso a perseguir. ¿Cómo es posible que si nuestra Madre ha venido en nuestro auxilio para alertarnos de los tiempos que estamos viviendo, de la crisis que estamos experimentando y a mostrarnos cómo prepararnos, se le hayan cerrado las puertas y venga a resultar ahora que no pocas manifestaciones de Ella que por sus frutos espirituales y su mensaje muestran que la Mano de Dios estaba presente, sean perseguidas y reprimidas por los mismos pastores de la Iglesia? Este es el gran signo de contradicción que envuelve al Misterio de Dios.
Pero lo que está en juego no es poca cosa: es el destino de la humanidad y de la Iglesia. O se establece el Reino de Cristo en la tierra por medio de María o no se establece. O se cumple el plan querido por Dios desde el principio de los tiempos o no se cumple. Dicho en otras palabras, es necesario saber y conocer cuál era el propósito del Plan de Dios para el hombre desde el principio de los tiempos, para poder entender lo que está sucediendo ahora en esta batalla conclusiva del final de los tiempos, y lo más importante, lo que nos espera. Es decir, el Plan de Dios tuvo un principio querido por Él, y tendrá un final en que se cumplirá lo que se propuso desde siempre. Se cumplirá admirablemente el texto de Pablo a los Efesios:
“Dios ha querido ahora darnos a conocer el misterio de Su voluntad... Lo que Él se propuso en un principio para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo, lo de los cielos y lo de la tierra, quede restaurado en Cristo, bajo su jerarquía soberana.” (1,9 -10).
Y es en la medida en que nos acercamos a este punto de la historia, en que la Escritura nos revela que el triunfo de Cristo está asegurado. Está anunciado por anticipado que en esta época la Iglesia tendrá un triunfo resonante y que habrá “cielos nuevos y tierra nueva donde more la justicia” (II Pedro 3, 13), pero primero tendremos que pasar por una gran prueba necesaria para que se pueda establecer el Reino de Cristo en la tierra por medio de María.
Así está escrito y así se cumplirá, pues Jesucristo dijo: “El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán” (Mt, 24,35).
María es la clave Metafísica para la Batalla
¿Quién es María? La verdadera esencia se descubrirá en el futuro inmediato. Decir ahora que sus privilegios son incomprensibles. Que es la única criatura que ha alcanzado una intimidad perfecta con la Trinidad: es Hija, Madre y Esposa de Dios. Nada puede expresar su altísima dignidad. Dios le ha dado todo. María Santísima es la única que tiene el derecho y potestad de hablar de Ella misma de modo absoluto. Así como Jesucristo habla de Sí mismo cuando dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, de la misma manera Ella se manifestó en Lourdes no diciendo: “Yo soy concebida sin pecado”, sino “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Y en el futuro la Iglesia seguirá adornando con gemas inestimables la corona de esta Reina; pero nada será más esplendoroso y grandioso que el prodigio de haberse humillado muy por debajo de todo, cuando es Ella la llena de gracia: “¡He aquí la esclava del Señor! ”
María es la Mujer con cuerpo de Eternidad, la Bella de las bellas, el Templo del templo, el espejo de la Luz de luz. Pero, ¿cómo puede el hombre descubrir la grandeza de esta criatura celestial en su cuerpo perecedero, cuando su alma está oprimida por el pecado? Hace falta que abra su corazón y entonces todos los misterios que parecen insondables se le revelarán y entenderá entonces quién es realmente la Madre del Dios por quien se vive. En ese momento todo su ser será elevado y su corazón se regocijará y extasiará al contemplar y comprender el Plan Perfecto que María Santísima trae a sus hijos. Por eso la Virgen Santísima es la única criatura que puede sacar al mundo y a la Iglesia de la confusión por la que transitan. Y, lo hará por encargo de su Amadísimo Hijo y por decreto inescrutable del Padre Eterno.
Por eso repetimos que aunque millones de hombres no se den cuenta, María Santísima se ha convertido hoy en el signo y señal más importante de la presencia de Dios en este tiempo, y nunca como ahora la Iglesia habría tenido tan grande privilegio por la presencia, la misión y el triunfo que nos garantiza este Ángel Mayor, dispuesto a dar a unos hijos especiales, carismas para este tiempo que les posibilite ser nueva estirpe, carismas que son a la vez:
Dones
Capacidades
Aptitudes
Sensibilidad
Gracias
Sabiduría
Conocimientos
y que finalmente son reflejo del Mundo Septiforme de Dios del que María forma parte y nos quiere Ella participar; de ese mundo sobrenatural aquí en la tierra y luego en el Cielo.
Reflexión Final
Todo ha sucedido según estaba escrito… más no deseado.
Todo se desordenó. Se nos fue quitado el orden y la disciplina, se perdió la Paz Eterna y el Amor Perfecto, imperó la confusión.
Quisieron remedar a Dios y burdamente lo consiguieron…
Pero sobrevino el caos, aberraciones por todos lados y la soberbia cegó a los hombres. Se degollaron unos a otros.
Faltó el pan, el agua se contaminó y muchos inocentes perdieron la vida.
El resto fue azotado con toda clase de plagas, enfermedades y desearon la muerte.
Muerte que comienza en el Paraíso. Cuando el hombre escoge enfrentarse a Dios: la lucha entre el bien y el mal y todo tipo de calamidades se hacen presentes en la vida…
De la Vida Eterna se pasó a la mortal… de la incorruptibilidad a la corruptibilidad… de la luz a las tinieblas… de la presencia de Dios a la ocultación de su rostro… de la abundancia a la carestía… de la inmunidad a la enfermedad… de la translucidez a la opacidad… de la felicidad al dolor.
Dios anunció a una Mujer y a su linaje como determinantes en el triunfo del bien sobre el mal, que por primera vez ensombreció la Creación.
Y así se estableció el linaje vencedor, el restituidor, la esperanza.
“Y entonces vi al Vencedor. Sus ojos como llama de fuego, su manto empapado en sangre y alcanzó la victoria sobre la muerte...”
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