Beatificaciòn de Juan Pablo II

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Este domingo primero de mayo, fiesta de la Divina Misericordia, ha sido beatificado en la ciudad de Roma el Papa Juan Pablo II.

No deja de llamar la atención que tanto su muerte como ahora su beatificación coinciden con esta fiesta, derivada de las revelaciones a la santa religiosa polaca, Sor Faustina Kowalska, y cuyos escritos estuvieron un tiempo bajo reserva hasta que el propio Karol Wojtyla los liberó, produciendo el gran bien a toda la Iglesia, e instituyéndose la fiesta de la llamada Divina Misericordia, precisamente el domingo posterior al Domingo de Pascua.

Es durante estas revelaciones que Nuestro Señor anuncia proféticamente a Santa Faustina que "si Polonia era fiel la elevaría en poder y santidad, y que de ella saltaría la chispa que prepararía al mundo a su Segunda Venida".

En algún momento y a la luz de la profecía privada se podía interpretar que el Pontificado de Juan Pablo II sería el último antes de la Parusía del Señor, o en su caso, que su Pontificado precedería la época más difícil que le espera a la Iglesia, y que está señalada, entre otras circunstancias, por la pérdida de la fe y la posterior manifestación del último y personal Anticristo, como se desprende de la II Carta de San Pablo a los Tesalonicenses.

Incluso, en un afán de particularizar demasiado la profecía se erró en señalar a Juan Pablo II como el Papa que se señala en los eventos profetizados en el Secreto de Fátima; sobre todo a raíz del atentado que sufriera en la Plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981.

Ahora en momentos muy difíciles para la fe del mundo en general, y particularmente al católico, la Iglesia nos presenta al Beato Juan Pablo II, que más allá de su histórico e increíble Pontificado y uno de los grandes protagonistas del siglo XX y de los tiempos modernos, nos descubre a un hombre de carne y hueso que supo vivir al extremo el mensaje evangélico; en el límite de la pobreza, humilde y con una sensible generosidad hacia las necesidades de los demás. Un místico extraordinario, devoto de la Santísima Virgen María, que pasaba horas rezando, tendido en el suelo y con los brazos en cruz o que se flagelaba con un instrumento de mortificación. Un hombre capaz de perdonar y reconocer la grandeza del prójimo, como lo demuestra una carta inédita a Ali Agca, quien atentó contra su vida. O la enviada al Padre Pío de Pietrelcina, en la que se intuye una relación entre ambos más profunda de lo que se suponía.

El día de hoy entonces vuelve a abrirse una nueva señal, un "nuevo signo de los tiempos", donde la figura Magna de Juan Pablo II ocupa un lugar en la historia en la perspectiva de su intercesión de abundantísimas gracias que el Cielo derramará para todos los fieles perteneciente a la Iglesia Militante, y a todo hombre de buena voluntad. Y revaluándose en su justa dimensión y más actual la profecía de la religiosa polaca, de que cuya patria saltaría la "chispa" que prepararía al mundo a la Segunda Venida (Parusía) del Señor.

Así, las profecías conforme se van acercando a su cumplimiento se hacen más claras, y resulta que este evento de la Beatificación del Papa, rodeado de grandes señales, acerca con mayor asertividad un sinnúmero de sucesos que conforman de manera particular la lucha entre "la Mujer vestida del Sol y el dragón" mencionado en Apoc XII, y de manera específica, la prueba a la que deberá enfrentar la Iglesia Católica en su dimensión humana y sobrenatural y que provocará una amplísima deserción de la mayoría de los católicos a su fe cristiana, para que se cumpla la escritura que refiere Juan en el Apocalipsis en el capítulo XII, cuando "se mide el atrio del Templo" que inequívocamente expresa cómo la Iglesia quedará muy reducida de fieles en este final de los Tiempos.

Las fichas del rompecabezas apocalíptico se están acomodando y la Misericordia de Dios se agota también. La figura del Beato Juan Pablo II se yergue como intervención propicia para fortalecer la fe de la Iglesia y de sus fieles todos, preparando así en medio de la amargura de los dificilísimos tiempos que están a las puertas, la dulzura del anuncio del triunfo del Señor en su Parusía.

Luis Eduardo López Padilla

1 de Mayo del 2011