El vaticanista Sandro Magister, redactor de L' EXPRESSO y moderador del portal Chiesa acaba de publicar en español la homilía que el Papa pronunció en la solemnidad de la Epifanía del Señor (6 de enero). Vale la pena leerla íntegramente pues resultan de gran interés los textos y comentarios acerca de Los Últimos Tiempos, del pecado de orgullo de la primera humanidad de Adán y Eva, del Diluvio, de Babilonia. También la cita sobre la oscuridad de las naciones en tiempos de Isaías y de los tiempos actuales. La globalización como la Nueva Torre de Babel -monumento central al orgullo del hombre que quiere ser Dios- contrapuesta a la Epifanía del Señor, donde es Dios el centro de todos los pueblos y reyes de la Tierra. Sin faltar a la petición final a la Santísima Virgen para que nos de la valentía de los Reyes Magos y nos proporcione Su protección en este peregrinar terrenal.
Y cada vez y con más frecuencia el Papa insiste en el gran riesgo que está asumiendo la humanidad en esa obcecada voluntad de caminar al margen y en contra de la Ley de Dios. Las consecuencias no pueden ser más que temibles. Benedicto XVI expresaba en Enero del 2007 su "temor por una posible catástrofe atómica. Lamentablemente –proseguía el Santo Padre− sombras amenazadoras siguen amenazando en el horizonte de la humanidad". El Pontífice evocaba un peligro inminente: "¡Está en juego el destino de la familia humana entera!"
Sigue siendo siempre válida la palabra de Dios revelada por medio del profeta Isaías: "La oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos" (...) (60,3) Y así es, el hombre se encuentra inmerso en esta oscuridad y ha perdido la luz de Dios. El problema que existe es que la inmensa mayoría de la humanidad está tan acostumbrada a la oscuridad, que ya se ha vuelto un inquilino permanente de ella. Sus ojos se han habituado a "ver" en la oscuridad, aunque en realidad no vea nada y esté totalmente ciega. El hombre camina de espaldas a la luz. Se adentra tanto en la oscuridad y se acostumbra tanto a ella que es incapaz de reconocer ninguna Luz, por lo que hoy estamos viviendo una escalada aparentemente irresistible y vertiginosa del Misterio del Mal en el mundo. Es tan grande y tan encarnecida la forma en que el mal ha ido tomando forma que ya no podemos esperar sino una intervención directa de Dios, porque de lo contrario no veríamos por ningún lado la posibilidad de salvación para este mundo.
Existe tal confusión de valores que se han desarrollado las conductas más disparatadas, desviadas y desconcertantes que el mundo jamás haya visto. Somos testigos en este último siglo de una perversión de costumbres y de normas particularmente vinculadas al terreno de lo Moral. Vemos con asombro cómo la primacía absoluta y el reinado del Gran Becerro de Oro de este tiempo es, sin duda alguna, el ídolo del dinero. Todo se mueve, se ajusta, se mide y se valora en términos de poder económico. El dinero te da todo, dicen: salud, placer, viajes, fama, autoridad, poder, tranquilidad, etc.
Asimismo, uno de los aspectos más peligrosos de oscuridad que ha sufrido el hombre del siglo XXI es que ha invadido de una manera anárquica a la Moral, lo que significa un abandono completo de la antigua y vigente teoría de la Ley Natural, es decir, la misma Ley Eterna grabada por Dios en el corazón de los hombres, que dice: haz el bien y evita el mal. Si Dios desaparece o se disuelve en un Cristo cósmico etéreo, entonces la Ley Natural pierde su sentido y desaparece por tanto la Moral, que ahora sentimos sus efectos por la llamada secularización (darle un sentido mundano a lo profano) en la vida social, política, cultural, moral y religiosa, y que se ve sustituida paulatinamente por algo indefinido que llamamos ética, muy cacareada en la teoría pero deleznable en la práctica, y que ha llevado a que muy pocos hombres la practiquen.
En la época actual, es decir, a principios del siglo XXI y todo el bagaje del siglo XX, la práctica de la Moral, y lo que es peor, los criterios y las normas morales han sufrido un evidente y galopante deterioro. Cualquier observador serio que intente hacer un análisis del siglo XX, debe llegar a la conclusión de que hay un claro período de corrupción general. Se percibe y se siente en todos los niveles, es decir, en el político, en el económico, en el social, en el cultural, en lo natural, en el científico, en el moral y aún, desde luego, en el religioso. No hay ninguna línea ascendente o esperanzadora en estos campos que estamos citando. Cada uno de ellos va al suicidio y caos completo por más planes y proyectos que pretendan lo contrario.
Jamás se ha valorado menos la vida humana como hoy, lo que ha llevado que en el siglo que terminó, en un sinnúmero de escenarios, se hayan cometido los crímenes más aberrantes contra la humanidad. Así pues, no hay mayor degradación en el hombre y en la moral que el desprecio a la vida humana y esta es una de las características especialmente trágicas del siglo XX y los primeros años de este XXI.
Junto con esta cultura de la muerte, desde luego, hay que incluir el abominable crimen del aborto que está prácticamente legalizado en casi todas partes, y su práctica sistemática que se disfraza como muestra de libertad y la más pura apelación genuina de los "derechos de la mujer". Y por extensión, desde luego la eutanasia, la eugenesia, etc.
En la esfera pública la corrupción del estado, del poder y la perversión de la justicia, son rasgos generalizados en la tan llevada y traída democracia, que para lo poco que ha servido es para un deterioro impresionante de la sociedad. Efectivamente, en el vasto campo de las relaciones humanas, los criterios morales no solamente se han relajado sino que incluso han desaparecido. Es triste, alarmante y por momentos risible, escuchar los famosos programas "talk show" donde cada quien se cree poseedor de la verdad y emite su opinión como si la Moral fuera cuestión de gustos, opiniones y situaciones de cada uno. Esta penosa realidad también se ha dado por la amplísima contribución de los medios de comunicación que han promovido programas triviales, superficiales y frívolos, sin ningún tipo de formación ni educación hacia el Bien Común. Y no se salvan, desde luego, la gran mayoría de las corporaciones y producciones cinematográficas, salpicadas de sexo, confusión, violencia, deformación moral y esoterismo. Así pues, ya no es de extrañar que la simple mención de la fidelidad matrimonial, la defensa de la familia y de la moral sexual, suscite no ya rechazos sino carcajadas.
Todo esto ha traído entonces un deterioro en la sociedad, en la familia y en las personas que ha llevado a la enfermedad del alcoholismo, la drogadicción, el desenfreno sexual, la destrucción de la unidad de la familia a través de los miles de divorcios, el uso de pastillas anticonceptivas, relaciones de adulterio y prematrimoniales, explosión del lesbianismo y la homosexualidad como "derechos naturales" del ser humano, hasta el extremo de legalizarse ya en algunos países este tipo de uniones, incluso el derecho de estas "parejas" de adoptar menores.
Entonces, la sociedad se ha envuelto en un ambiente de frivolidad de pensamiento light que se traduce en la ley del mínimo esfuerzo, de la opinión cambiante, del nulo sentido del sacrificio, reduciendo todo a la búsqueda del placer como ley máxima y del consumismo para adquirir bienes y servicios superfluos, como consecuencia del efecto bombardeante de los medios de comunicación que van creando falsas necesidades.
Ahora bien, lo anterior se agrava cuando la Moral y Doctrina han caído por los suelos incluso dentro del pensamiento de los llamados teólogos morales, que ya ha pasado a una situación de abierta rebeldía, incluso, en contra de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia y del Santo Padre, Benedicto XVI. Incluso muchos sacerdotes y obispos se han vuelto no sólo omisos en su deber de formación a los fieles sino traidores a Dios, porque pretenden adaptar la Iglesia divina de Cristo con su esencia sobrenatural y mística a los modos de pensamiento y conducta del mundo, con su esencia profana y esotérica, y que finalmente están al servicio de Satanás. Son traidores y perversos al mismo tiempo por su tolerancia y por su propagación de la confusión, acerca de las creencias básicas de la enseñanza de la Iglesia, sumiendo a los fieles en una profunda apostasía de fe e ignorancia religiosa, pues la enseñanza clara e inequívoca de los principios fundamentales de la Iglesia para la salvación eterna, simplemente han sido ignorados y arrojados lejos de la conciencia de los hombres.
Esto ha dado lugar a una profunda indiferencia a las cosas de Dios y también a un relajamiento para lo divino que hace que el hombre le dé oídos a todo tipo de fábulas y falsas filosofías, como es la llamada New Age y todo el contenido que conlleva este pensamiento de la modernidad, vinculado a prácticas de origen oriental como el yoga y la meditación trascendental, así como otras tendientes a un mejoramiento personal energético, como por ejemplo, el control mental, dianética, uso de talismanes, cuarzos, técnica del feng shui, retiros chamánicos, talleres de autoestima, terapias en base a flores, cristales y aromas, donde el hombre pretende buscar beneficios espirituales a través de estas técnicas naturales y algunas no exentas de esoterismo. Hoy está de moda El Secreto, la ley de la atracción que pretende resolver todos nuestros problemas, y no pocas veces queriendo encontrar justificación y apoyo astrológico en nuestras decisiones personales, como si ya todos estuviéramos "predeterminados por nuestro karma", minimizando o aún anulando la libertad y responsabilidad humana ante el Creador.
No menos grave también resulta la falta de testimonio de muchos católicos que se dicen de nombre, pero que no practican lo que piensan, y acaban pensando como viven. Es decir, muchos católicos viven de meras apariencias un cristianismo completamente superficial, "Light" podríamos llamarle, donde los mandamientos son vividos a su antojo, sin mucha o nula práctica sacramental, sin acudir a la Confesión o a la Eucaristía, más que en ocasiones sociales como bodas, primeras comuniones, bautizos, o porque alguien ha fallecido.
En suma, la oscuridad que como gran nube negra cubre al mundo ha adormecido la conciencia del hombre y anestesiado éste se le ha olvidado culpablemente su sentido eterno y el destino de su alma creada por Dios, que corre el grave y terrible peligro de condenación y perder a Su Dios y Señor Redentor para siempre.
Como dijo el Papa Benedicto XVI en su homilía del 6 de Enero de este año: "Es necesaria una esperanza mayor, esta gran esperanza sólo puede ser Dios, (...) pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano" (Spe salvi,31), el Dios que se manifestó en el Niño de Belén y en el Crucificado Resucitado.
Luis Eduardo López Padilla