¿Qué significa el final de los tiempos que se anuncia en la Sagrada Escritura y no menos en algunos mensajes de apariciones marianas auténticas y de algunas profecías de místicos y santos de nuestra época? ¿De qué tiempo estamos hablando? Desde luego que no es el tiempo astronómico, el de nuestros relojes, que indica el paso del tiempo planetario y biológico, y la sucesión de cada día, semana, mes y año. Sin duda este tiempo astral forma parte de las señales de los tiempos, pero el final de los tiempos no hace referencia necesariamente al inicio del tercer milenio en el que nos encontramos, sino más bien a un período sucesivo de la gracia que está marcado por las diferentes etapas de la Revelación. (1)
Pudiéramos decir que la historia bien podría dividirse en “tiempos”, que se han ido sucediendo desde la creación y que concluirán hasta el fin del mundo. Así entonces, entendemos estos “tiempos” de la siguiente manera:
- Tiempos Paradisíacos
- Tiempos de los Patriarcas
- Tiempos de Israel
- Plenitud de los Tiempos
- Tiempos de las Naciones o de los Gentiles
- Final de Los Tiempos (de estas Naciones o Gentiles)
- Tiempos Mesiánicos (que están aún por venir)
- Tiempos del fin del mundo.
Tiempos Paradisíacos
Los tiempos paradisíacos son aquellos en los que nuestros primeros padres vivían en el estado de inocencia original y en una íntima familiaridad con Dios, que “se paseaba todas las tardes en el Jardín de la creación” (Gen. III, 8). Allí reinaba la paz entre todas las criaturas, el orden y la armonía entre toda la creación. Había una paz eterna y un amor perfecto. Sin embargo, este tiempo maravilloso terminó con la falta original que fue una verdadera catástrofe moral. El hombre rompió su comunión de amistad con su creador y se sintió abandonado en medio de un mundo donde ya no era el amo ni rey. En adelante, el hombre conocerá el miedo, la angustia y la tentación de la desesperación, porque su conciencia, oscurecida por el pecado, ya no podía “ver” a Dios, y su voluntad quedó frágil y débil. Así entonces, la humanidad, a través de nuestros primeros padres engañados por la serpiente, se había convertido en su esclava. La serpiente comenzó así su reino, construyéndose un imperio del que quiere ser príncipe. Esto es lo que se llamará en adelante “mundo”, no en cuanto obra que salió de las manos de Dios, sino en cuanto a esa realidad profana, (porque ha sido profanada por el pecado original del hombre) atea y opuesta al reino de Dios. Era pues necesario salvar a la humanidad “perdida” y que Dios volviera a tomar las riendas de su obra, por la venida de su Hijo a este mundo pecador, su Hijo quien es Cristo, el Unigénito del Padre, el Dios y Hombre verdadero. Esta obra de salvación se llevará a cabo progresivamente en las siguientes etapas de la gracia.
Tiempos de los Patriarcas
Comienza entonces el tiempo de los antiguos patriarcas en donde se enfrentarán constantemente las fuerzas malignas del demonio y de todos sus secuaces contra los poderes angélicos, los precursores del Cristo que vendrá a la tierra. La única luz de la fe que ilumina a los hombres de este tiempo es el anuncio misterioso de una Mujer que, por medio de su Hijo, aplastará la cabeza de la serpiente antigua, y cuyo texto nos lo confirma el Génesis (III, 15), llamado también proto evangelio, o inicio del evangelio. Este tiempo de los patriarcas es pues el tiempo del Dios desconocido que se va a desarrollar en varias épocas, marcada por episodios dramáticos como el asesinato de Abel, el Diluvio Universal, la Torre de Babel, etc.
Pero al mismo tiempo surgirán hombres profundamente religiosos y de gran estatura espiritual que van guiando al hombre hacia la salvación y al bien; como ejemplo de estos héroes místicos de los que nos habla la Biblia, que, por su fe, piedad, sacrificio, sabiduría y temor de Dios, alcanzaron gran santidad, tenemos a:
Enos, el primero que dio un nombre a Dios para invocarlo (Gen. IV, 26)
Henoc, “que anduvo con Dios” (Gen. V, 22) todo el tiempo de su vida, es decir, un año solar (365 años), hasta que fue “arrebatado” misteriosamente hacia Dios.
Noé, el único justo entre su generación (Gen. VI, 9), que construyó un arca para salvar a la humanidad del diluvio del agua y de la corrupción, con el cual Dios (desconocido, inaccesible e invisible) hizo una alianza trazando en las nubes del cielo para las futuras generaciones el signo del Arco iris.
Melquisedec, “Sacerdote del Altísimo” (Gen. XIV, 18), que le ofreció por anticipado el sacrificio del pan y del vino, de los cuales Jesús, el único Sacerdote Eterno, iba ser el signo de su propio sacrificio para la salvación de todos.
Abraham (antes Abram), que fue nuestro padre en la fe, el “padre de todos los creyentes” y al cual Dios le dio un nombre nuevo revelándosele como el Dios Vivo y Eterno (Gen. XV, 7).
Tiempos de Israel
Así pues, la fe ha nacido ya en el corazón de este hombre, de Abraham. Es ya la fe revelada y no la fe oscura de las generaciones precedentes. Dios ya no es un ser misterioso y lejano, el Dios desconocido de los antiguos patriarcas; ahora llega a ser Alguien que habla al corazón del hombre, ya directamente o más tarde por medio de los profetas. Este Dios vivo irá moldeando el corazón de todo un pueblo en la descendencia de Abraham, que llegará a ser su pueblo, el pueblo elegido, el pueblo de Israel, donde Dios Padre escribirá Su Voluntad en las tablas que le entrega a Moisés con los diez mandamientos. Pueblo de múltiples historias, llena de rechazos, arrepentimientos, caídas, infidelidades y conversiones. Es el tiempo de la revelación, es decir, el ¡Tiempo de Israel! o también el ¡Tiempo de la Promesa!, porque durante estos siglos se esperará el cumplimiento de la promesa centrada en el nacimiento misterioso y virginal de un niño, el llamado Mesías y cuyo destino será vencer al enemigo del hombre. Es decir, no es otra cosa sino el desarrollo primordial de la profecía que había iluminado y sostenido durante milenios la fe de los patriarcas anteriores a Abraham, la profecía de la Mujer que da a luz para vencer a la serpiente.
Plenitud de los Tiempos
Y es así entonces que el Verbo se hace Hombre y habita entre nosotros; este es el tiempo del Verbo de Dios hecho hombre, el del Mesías (Jn. I, 41), el de Jesucristo Señor y Dios nuestro, “por quien todo fue hecho”. Es el tiempo del cumplimiento de la Promesa en este Jesús que viene al mundo por medio de María (Lc. I, 31) y que trae la Buena Nueva. No viene a abolir la Ley, sino a darle pleno cumplimiento (Mt. V, 17). Funda Su única y verdadera Iglesia. (Mt. XVI, 18-19).
Tiempo de las Naciones o de los Gentiles
Sin embargo, como parte del misterio del mal que obra desde el principio de los tiempos, producto de la caída de los primeros padres por el ataque de la serpiente, el pueblo elegido, es decir, el pueblo de Israel rechaza al mismo Mesías, no lo acepta y lo entrega a los romanos para que lo crucifiquen. Es así entonces que al ser este Cristo Mesías rechazado por Israel, la heredad de la promesa pasa a todos los otros pueblos o naciones, es decir, a todos los gentiles, los no judíos. Primero a los contemporáneos de Israel, a los del Imperio Romano, luego a todas las tribus tenidas por bárbaras que residían en lo que llegaría a ser Europa, comenzando por el Reino de los Francos a través del bautizo de su jefe Clodoveo en la navidad del año 496 de la era cristiana; y de Europa, la fe en Cristo se propagó a todas las naciones, al mundo entero. Es el tiempo de las naciones o gentiles.
Final de los Tiempos
Es el caso, que este tiempo de las naciones o de los gentiles está llegando a su fin, tal y como fue profetizado en su momento. Porque si bien es cierto que ya reina Cristo, no reina sobre todos los corazones, ni sobre todas las instituciones, ni sobre todos los pueblos. Y las naciones, como en su tiempo, Israel, después de haber recibido la luz de la fe, “se han vuelto contra Dios y contra su Cristo, y han arrojado lejos su yugo” (Salmo II), permitiendo que el adversario, la antigua serpiente que ya ahora se ha convertido en dragón, extienda todo su imperio y todo su poder, sometiendo a los hombres a toda clase de esclavitudes e idolatrías, penetrando esta degeneración hasta el interior mismo de la Iglesia mediante el espíritu de impugnación, de división, de confusión y duda, incluso por herejías y sacrilegios. Este combate de Cristo en contra del mal no ha llegado a su máximo paroxismo, sin embargo, estamos muy próximo a ello, y cuando llegue, está profetizado que Cristo derrotará a su adversario. Pero antes de ello y como consecuencia de la apostasía generalizada y falta de fe en el mundo, viviremos en este final de los tiempos la gran tribulación profetizada por Jesucristo.
Tiempo de la Gran Tribulación
Deberá de producirse el Tiempo de la Gran Tribulación de la que habla Jesucristo en Mateo 24, Lucas 21 y Marcos 13, y desarrollado más ampliamente en el libro del Apocalipsis, en las visiones de los septenarios de los sellos, trompetas y copas, así como en las visiones de la “gran ramera”, “caída de babilona” y la visión de las “dos bestias”, así como el llamado Juicio de las Naciones del que hablan los profetas Isaías, Jeremías, Miqueas, Joel, Daniel, Sofonías, así como los apóstoles Pedro y Pablo.
Para referencia citamos a Jeremías al respecto del Juicio de las Naciones:
“El Señor entra en Juicio con las Naciones para juzgar a todas, para entregar a los impíos a la espada, palabra del Señor. Así dice el Señor de los ejércitos. He aquí que el mal pasará de una nación a otra y un gran huracán se desencadenará desde los extremos de la tierra. He aquí que se desata el torbellino de Yahvé, tempestad furiosa que se precipita y descarga sobre la cabeza de los impíos. No se calmará el ardor de la ira del Señor hasta realizar y cumplir sus designios. Vosotros los conoceréis al Fin de los Tiempos.” (XXV, 30 y XXX, 23).
Es un tiempo de grandes desdichas donde tendrán curso natural grandes calamidades y desastres naturales originados por una gran conmoción de las fuerzas cósmicas; habrá guerras, hambruna, pestes y enfermedades nunca antes vistas, y habrá libertad sin fin a todos los instintos de las pasiones que degenerarán en corrupción...
Las guerras terribles, las pestes, los terremotos, el hambre, el terrorismo y todas las tragedias que están ocurriendo hoy en el mundo, no son sino el principio de los dolores. Pero el dolor mismo será peor todavía, porque madurada ya la iniquidad en la tierra, ella se levantará en toda su fuerza y aprovechará todos sus ensayos, dirigida por Satanás en pleno furor para atentar a los verdaderos cristianos, sabiendo que le queda poco tiempo. ¡Ay de las que crían y de las preñadas en aquellos días! ¡Ay de los que quedaron para ser cribados por Satanás en la última prueba! Las dos fuerzas antagónicas que pelean en el mundo desde la caída de los primeros padres se tenderán en el máximo esfuerzo. En la gran tribulación los santos serán derrotados y vencidos por todas partes y la apostasía cubrirá el mundo como un diluvio. La iniquidad y la mentira tendrán libre juego y el poder político más poderoso que haya existido sobre la humanidad, no sólo perseguirá a la religión a sangre y fuego, sino que será revestido de una falsa religiosidad.
Será en este combate dramático donde se enfrentarán todos los poderes angélicos contra las fuerzas maléficas – en un nivel escatológico, – así como un combate entre los hombres, los que sigan al Cordero inmolado y los que lo rechacen – en el plano histórico –; y este combate arrastrará en sus diversas fases al universo entero, es decir, tanto las realidades espirituales como los elementos materiales. Será pues un tiempo de desdicha y de maldición.
Así pues, decir “una tribulación como nunca se vio otra igual”, es decir muchísimo. Quiere decir que los cristianos de aquel tiempo, o sea, nosotros, sufriremos como nunca se sufrió, como no sufrió Job, como no sufrió Noé, como no sufrió Juan de la Cruz, como no sufrió Juana de Arco, como no sufrieron los mártires que derramaron su sangre, que fueron perseguidos a causa del amor de Cristo. Todos ellos habrán sufrido menos y los cristianos de aquel tiempo de la gran tribulación no son los que ya pasaron entonces, sino que seremos nosotros. ¡Bienaventurado entonces sea el dolor, con tal de que veamos volver a Cristo!
Tiempos Mesiánicos
Vendrá así entonces la última etapa de la historia de la salvación, la de los tiempos mesiánicos anunciados con tanta frecuencia y amplitud por los antiguos profetas y bajo diferentes nombres:
- Un solo rebaño y un solo pastor
- La nueva Jerusalén
- La civilización del amor
- Cielos nuevos y tierra nueva
- El reino de Cristo en la tierra
- El triunfo del corazón inmaculado de María
- El reino de la divina voluntad
- El reinado de los sagrados corazones de Jesús y María
- Parusía
Será un tiempo de gracia jamás conocido desde el principio del mundo hasta ahora, porque la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo y el mundo, no formarán sino una sola realidad. Porque Cristo reinará no sólo en los corazones sino en la misma sociedad en su totalidad. Es decir, el “Mundo”, en cuanto a realidad profana y opuesta a Dios, ya no existirá. Su “espíritu”, el espíritu del mundo, rebelde a las leyes divinas, el que está sometido a la esclavitud de las pasiones, será vencido y se dejará sitio al Espíritu Santo que sacralizará de nueva cuenta todas las cosas; es decir, serán sagrados el hombre, la familia, sus relaciones sociales, las obras de sus manos y todos los acontecimientos de su nacimiento, vida y muerte.
Entendamos claramente que Dios ha creado al mundo perfecto, con una perfección moral y material. “Dios vio que el mundo era bueno” (Gen. I, 31). Pero por la envidia de Satanás el pecado entró en el mundo y por el pecado del primer hombre entró la muerte y el sufrimiento, y toda la secuela de males, enfermedades y desdichas que hoy día vivimos. Por tanto, el mal no estuvo en el comienzo, sino que apareció después, aunque muy pronto en la historia y en el tiempo. A diferencia del bien, el mal es espectacular y destructor y de momento supera al bien. Sin embargo, Cristo vino a vencer el mal, la muerte y el pecado y aunque esta victoria será evidente en la eternidad, es muy importante que también se manifieste en el transcurso de la historia, antes de que se acabe el tiempo, a fin de que se cumpla la petición que Jesús nos enseñó a rezar: “Venga a nosotros tu Reino”. Y esto es así porque Satanás, el adversario de Cristo, ha llevado este combate al terreno donde se desenvuelve toda la existencia humana, que, por lo demás, está en juego. Y así, es también en este terreno humano, y antes del fin del mundo, donde Cristo debe establecer Su Reino de paz, de santidad, belleza y armonía y manifestar la victoria de su cruz. Será el inicio de la Parusía o presencia espiritual de Cristo y su reino en la tierra con todos los “vencedores” de la gran tribulación y de aquellos que a lo largo de todos los tiempos, desde el principio, dejaron todo por el reino y que estaban al espera de oír la voz del Señor (Jn V, 25).
Tiempos del Fin del Mundo
Al final de esta larguísima época de prosperidad y bonanza espiritual y material, vendrá entonces el fin de todo tiempo humano, es decir, el fin del mundo y el inicio de la vida eterna. Aquí tendrá lugar el acontecimiento de la Segunda Venida de Cristo en Gloria y Majestad para juzgar a vivos y muertos, y todo ojo lo verá descender de los cielos para juzgar y reinar con sus ángeles y sus santos.
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(1) Ver Fr. Christian Curty O.F.M., Prólogo del libro Himno a Mi Iglesia, Volumen 2. Testigos de la Cruz. Madrid, España. 1996.