Para la generalidad de los hombres es una realidad que la segunda mitad del siglo XX y los primeros años de este siglo XXI han estado inmersos en grandes señales de diverso orden que no pueden ya más pasar desapercibidas. Si no son las hambrunas son las pestes, las enfermedades y epidemias; las guerras, los actos terroristas y las revueltas sociales. Asimismo, los grandes y cada vez más violentos fenómenos de la naturaleza que con más frecuencia azotan los cinco continentes. También el proyecto de globalización ideológico en el campo político, social y económico.
Pero la gran señal o manifestación que ha sellado la historia reciente es la figura de la Santísima Virgen María, a través principalmente de un creciente fenómeno de sus apariciones que arranca vertiginosamente en Francia a mediados del siglo XIX, con la conocida devoción de la Medalla Milagrosa, surgida en París en 1830. Aunque ciertamente los medios de comunicación seculares no les han prestado importancia a estos hechos – incluso la misma Iglesia Católica no le ha dado la importancia que tiene a las apariciones de la Santísima Virgen– es una realidad que constituyen el Gran Signo de nuestro tiempo, por su trascendencia dentro del Plan de Dios.
En esta línea encontramos lo dicho por el entonces Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe Cardenal J. Ratzinger, hoy Papa Emérito Benedicto XVI, al periodista italiano Vittorio Messori en 1984:
“…uno de los signos de nuestro tiempo es que las noticias sobre “apariciones marianas” se están multiplicando en el mundo. A nuestra sección disciplinar llegan informes de África, por ejemplo, y de otros continentes” (Informe Sobre la Fe. Bac Popular, Madrid, 1985).
¿Por qué María?
Los hombres de hoy tenemos que preguntarnos el porqué de las apariciones de la Madre de Dios en este tiempo. El por qué la Santísima Virgen, quien es también por decreto divino Madre de todo el género humano, se ha venido manifestando tan frecuentemente en los últimos tiempos. ¿Cuál es el plan que trae entre manos? ¿Viene por iniciativa personal o por mandato del Padre Eterno? No puede pasar desapercibida esta mariofanía – manifestación de María – en multitud de países y pueblos, de uno y otro lado del Atlántico y no pocas veces con lágrimas en los ojos. Entonces nos volvemos a preguntar, ¿cuál es la razón de que en medio de tantos signos y señales de orden político, económico, social, moral, cultural, natural, científico, etc. se dé este impacto mariano? Pues tenemos que mirar en la misma Escritura para encontrar el Signo Magno: “Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer revestida del sol y con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas” (Apoc XII).
En efecto, la presencia de la Señora de Cielos y Tierra está dentro del plan de salvación para el hombre de este tiempo. De acuerdo a la experiencia del estudio de las apariciones marianas y sus mensajes, pudiéramos afirmar que de los objetivos de su presencia en el mundo se reducen a cuatro puntos concretos:
1. Llamar a todos los hombres, o sea, a todos sus hijos, a una urgente conversión de vida, en la que nos recuerda las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo contenidas en el Evangelio. Es decir, se trata de que cumplamos el fin para el cual hemos sido creados y que es retornar a Dios. Ella deja establecido qué tenemos que hacer y lo expresa con una súplica dramática pues dice que el tiempo es muy corto.
2. Como Reina de los Profetas y Madre del Apocalipsis, o sea, Madre de la Revelación, viene a anunciar una serie de hechos y eventos conocidos como de “corte apocalíptico”, acontecimientos que están destinados a cumplirse en los días de hoy. En realidad, la Virgen no dice nada nuevo o no inventa cosas distintas de las que ya han sido reveladas en la Escritura. Solamente las recuerda, las pone de relieve en el momento histórico que estamos viviendo y nos dice que lo que Su Hijo Jesucristo reveló hace 2,000 años para estos tiempos, es de inminente realización.
3. En tercer lugar, y esto sería lo más importante, María Santísima viene a preparar el plan maestro de Dios por medio de Su Hijo Jesucristo. Es decir, que Ella se constituirá en el instrumento que como “estrella de la mañana” precederá al Sol de Justicia; en otros términos, que a través de Ella se hará realidad en la tierra el Reino de Cristo, por el cual pedimos cotidianamente cuando rezamos la oración del Padre Nuestro: “Venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad en la tierra como (se cumple) en el cielo”.
4. Y, finalmente, el cuarto propósito, estrechísimamente vinculado al anterior, es que María Santísima como Reina de los Apóstoles viene a hacer un llamado a hombres y mujeres de este tiempo, que, como consecuencia de una predestinación divina, estén dispuestos a poner a Dios como prioridad en sus vidas, y se constituyan así en apóstoles de estos tiempos para realizar dos objetivos:
a.) coadyuvar a la labor de la Virgen para aplastar la cabeza de la serpiente (tal y como lo profetiza Génesis 3, 15); y
b.) formar parte de una nueva estirpe que se va a constituir en la semilla de las futuras generaciones que poblarán la tierra, y que participarán de la victoria y del reinado de Cristo en la tierra, logrando de esta forma que se cumpla el propósito de Dios que quiso desde el principio de los tiempos cuando creó al hombre, pero que había quedado en suspenso en el tiempo en virtud del pecado original de los primeros padres.
La Esencia de María
Todos estos objetivos revelan en parte lo que es María Santísima y cuya verdadera esencia se descubrirá en el futuro inmediato. Sus privilegios son incomprensibles. Es la única criatura que ha alcanzado una intimidad perfecta con la Trinidad: es Hija, Madre y Esposa de Dios. Nada puede expresar su altísima dignidad. Dios le ha dado todo. María Santísima es la única que tiene el derecho y potestad de hablar de Ella misma de modo absoluto. Así como Jesucristo habla de Sí mismo cuando dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, de la misma manera Ella se manifestó en Lourdes no diciendo: “Yo soy concebida sin pecado”, sino “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Y en el futuro la Iglesia seguirá adornando con gemas inestimables la corona de esta Reina; pero nada será más esplendoroso y grandioso que el prodigio de haberse humillado muy por debajo de todo, cuando es Ella la llena de gracia: “¡He aquí la esclava del Señor!”
María es la Mujer con cuerpo de Eternidad, la Bella de las bellas, el Templo del templo, el espejo de la Luz de luz. Pero, ¿cómo puede el hombre descubrir la grandeza de esta criatura celestial en su cuerpo perecedero, cuando su alma está oprimida por el pecado? Hace falta que abra su corazón y entonces todos los misterios que parecen insondables se le revelarán y entenderá entonces quién es realmente la Madre del Dios por quien se vive. En ese momento todo su ser será elevado y su corazón se regocijará y extasiará al contemplar y comprender el Plan Perfecto que María Santísima trae a sus hijos. Por eso la Virgen Santísima es la única criatura que puede sacar al mundo y a la Iglesia de la confusión por la que transitan. Y, lo hará por encargo de su Amadísimo Hijo y por decreto inescrutable del Padre Eterno.
Por eso repetimos que, aunque millones de hombres no se den cuenta, María Santísima se ha convertido hoy en el signo y señal más importante de la presencia de Dios en este tiempo, y nunca como ahora la Iglesia habría tenido tan grande privilegio por la presencia, la misión y el triunfo que nos garantiza este Ángel Mayor.
Todo ha Sucedido
Todo ha sucedido según estaba escrito… más no deseado.
Todo se desordenó. Se nos fue quitado el orden y la disciplina, se perdió la Paz Eterna y el Amor Perfecto, imperó la confusión. Quisieron remedar a Dios y burdamente lo consiguieron…
Pero sobrevino el caos, aberraciones por todos lados y la soberbia cegó a los hombres. Se degollaron unos a otros. Faltó el pan, el agua se contaminó y muchos inocentes perdieron la vida. El resto fue azotado con toda clase de plagas, enfermedades y desearon la muerte. Muerte que comienza en el Paraíso. Cuando el hombre escoge enfrentarse a Dios, la lucha entre el bien y el mal y todo tipo de calamidades se hacen presentes en la vida… De la Vida Eterna se pasó a la mortal… de la incorruptibilidad a la corruptibilidad… de la luz a las tinieblas… de la presencia de Dios a la ocultación de su rostro… de la abundancia a la carestía… de la inmunidad a la enfermedad… de la translucidez a la opacidad… de la felicidad al dolor.
Dios anunció a una Mujer y a su linaje como determinantes en el triunfo del bien sobre el mal, que por primera vez ensombreció la Creación. Y así se estableció el linaje vencedor, el restituidor, la esperanza. Y entonces vi al Vencedor. Sus ojos como llama de fuego, su manto empapado en sangre y alcanzó la victoria sobre la muerte...
Y vi a la Mujer, “…descender del cielo como un Ángel poderoso, envuelto en una nube, con el Arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego. Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra, y gritó con fuerte voz, como ruge el león. Y cuando gritó, siete truenos hicieron oír su fragor. Apenas hicieron oír su voz los siete truenos, me disponía a escribir, cuando oí una voz del cielo que decía: “Sella lo que han dicho los siete truenos y no lo escribas”. Entonces el Ángel que había visto de pie sobre el mar y la tierra, levantó su mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, ¡que el tiempo no sería más! sino que en los días en que se oiga la voz del séptimo Ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, se habrá consumado el Misterio de Dios, como él lo anunció a sus siervos los profetas” (Apoc 10,1-2; 5-7).
María: El Gran Misterio de la Restitución
En todo este proceso de Restitución que ha de venir al mundo, a la Iglesia y al hombre, hay pues una criatura que refleja a Plenitud lo que significa el Plan de Dios para el hombre. Y esta criatura no es otra que la Santísima Virgen María, mujer que fue el instrumento Inmaculado y Perfecto como Esposa del Espíritu Santo para que el Verbo de Dios se hiciera hombre.
Dicho en otras palabras, Dios creó al hombre para ser eterno, pero el hombre libremente cae y es condenado a muerte; sin embargo, ya desde entonces Dios tenía previsto el propósito de que las cosas volvieran al estado prístino de la creación, es decir, la Restitución. Es entonces que el Padre manda a Su Hijo a la tierra para nacer del seno de María Santísima porque la Restitución iba a venir por medio de Ella. La Restitución comienza con el nacimiento de María, pero María es el Gran Misterio, es un signo de contradicción, pues Ella es el prototipo de la Plenitud, de la Perfección, pues sólo a través de Plenitud se logrará la Restitución, es decir, volveremos al origen. Ella es ciertamente Hija de Dios y Madre del Hijo, pero ante todo es Esposa de Dios.
María fue pues el Nuevo Paraíso Terrestre de Dios, el nuevo edén rodeada de todos los bienes y plantado por la Mano Divina, cuya tierra fue preservada de la maldición que Adán le había acarreado, tierra donde siempre vivió el Sol Divino en todo su esplendor. Así, cuando la Virgen pronunció ante el Ángel de la Anunciación el “Hágase en mí según Tu Palabra” (Lc 1,38), quedó listo el escenario de todos los frutos que traería la Redención hecha por Jesucristo.
María es el Gran Misterio de Dios que se descubre en este tiempo. María es tanto la Hija de Dios nacida en el tiempo, hija de Joaquín y Ana, como también Madre de Dios, Inmaculada y exenta no sólo del pecado original sino de cualquier mancha o sombra de imperfección, lo que deja ver a la Santísima Virgen como expresión perfecta y exacta de lo que es una criatura a Imagen y Semejanza de Dios. Es también la Esposa de Dios, como se autoproclamó en Sabana Grande, pues en esta función donde adquiere su mayor intimidad con la divinidad. Es pues esta perfección la que la hace ser el modelo de la futura humanidad, en la que, por medio de Ella y a través de Ella, según el Plan de Dios, todas las cosas serán jerarquizadas en Cristo, “y así puedan llegar los tiempos de la consolación de parte del Señor y Él envíe a Aquél que les había designado como Mesías, a quien debe retener el cielo hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, del que Dios habló por boca de sus santos profetas” (Hechos 3, 20 – 21).
Entonces, la llamada Parusía de la que habla Pablo en su Primera Carta a los Tesalonicenses será la Restitución de todas las cosas; el restablecimiento del orden original de la creación, tal y como Dios la quiso antes de que se cometiera el pecado. Este será el Reino de Dios en la tierra, y se logrará por medio de la Santísima Virgen, modelo de la futura humanidad, Imagen y Semejanza plena de Dios para que el hombre pueda alcanzar la santidad y perfección que Dios quiso desde un principio, y se cumpla lo del profeta: “Os rociaré con agua pura y seréis purificados... os daré un corazón nuevo, en vosotros pondré un espíritu nuevo” (Ezequiel 36, 25 – 26).
Aquí empieza entonces a manifestarse más de cerca el misterio grande e incomprensible de haberse hecho hombre el mismo Verbo de Dios. Aquí se empieza a ver y a conocer con mayor claridad el fin y el término adonde se destinaba la Visión y la Profecía del Apocalipsis, a quien con toda justificación y razón se le da la bienaventuranza de aquellos que lean y vivan lo contenido en ese majestuoso libro. Aquí se cumplirá el Misterio de poder ver a Dios cara a cara, porque entonces seremos semejantes a Él. Los tiempos se acercan. María está a punto de salir a escena con todo su Poder y Magnificencia. ¡Estos son sus Tiempos!
Algunos extractos fueron tomados del libro de su servidor, Un Mandato Venido de lo Alto, escrito en el 2008.
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